La esclavitud es un fenómeno camaleónico. A algunos les sonará a negros sometidos, como Kunta Kinte, el protagonista central de la novela ‘Raíces’, de Alex Haley, o Solomon Northup, el protagonista de la oscarizada ’12 años de esclavitud’. Pero va mucho más allá, tanto en el tiempo -se dice que en las pirámides de Egipto ya se empleó a mano de obra esclava- como en la forma.
En el siglo XXI este fenómeno sigue sin ser erradicado. No hay más que echar un ojo a las fábricas de ropa en Camboya, por ejemplo, donde si bien los operarios son libres, están sometidos a jornadas de trabajo y condiciones infernales. Pero a veces no hace falta irse tan lejos, nos lo podemos encontrar a la vuelta de la esquina.
Esta semana ha comenzado en Madrid un juicio por delito de trata de blancas, un modo de esclavitud muy corriente que cuesta descubrir y, sobre todo, llevar ante la Justicia. Un clan de proxenetas rumano asentado en Madrid se enfrenta a penas de prisión de entre siete y sesenta años. Los catorce acusados obligaba a mujeres extranjeras, algunas de ellas incluso menor de edad, a trabajar como prostitutas.
Las captaban en sus países de origen, en la Europa del Este, y las traían a España con falsas promesas. Unas vinieron ‘enamoradas’ a empezar una nueva vida junto a su ‘hombre. A otras las hicieron creer que tenían un chollo de empleo en nuestro territorio. Pero cuando pisaban sueño español, el sueño se tornaba en pesadilla en el tiempo que dura un chasquido de dedos.
Marcadas como ganado
Sus ‘conseguidores’ se quitaban la careta amable y se transformaba en auténticos demonios. Las forzaban a mantener relaciones sexuales con fines comerciales. Y para ello no dudaban en echar mano de brutales medidas coercitivas: amenazas, palizas, vejaciones… Y hasta tatuajes caseros.
Las marcaban como a ganado para que no se les olvidara a quién pertenecían y por qué. Esto le pasó, por ejemplo, a una menor rumana que intentó escaparse sin éxito. Cuando estos alcahuetes modernos la encontraron no tuvieron piedad. Además de pegarla, cogieron una máquina de tatuar y le grabaron en la muñeca un código de barras y una cifra. 2.000. Eran los euros que les debía y por los que debía trabajar todas las noches en la calle Montera o en el polígono de Marconi de Madrid ofreciendo sus favores sexuales a quien se dejara caer por allí.
La historia es dramática, pero no única. Lo dice la misma Policía Nacional, que a raíz de este caso, que trascendió este martes durante la primera vista del caso, ha lanzado una campaña contra la trata de blancas. «Es uno de los delitos más comunes y que mueve mayor cantidad de dinero en todo el mundo», confirman desde este Cuerpo de Seguridad del Estado.
Y también invisible. Porque a menudo las víctimas viven recluidas en pisos y son vigiladas constantemente. No pueden salir a la calle sin un matón -o matona, porque en el caso de este clan rumano que nos atañe cinco mujeres se sientan en el banquillo de los acusados- que le eche el aliento en el cogote.
Cuatro maneras de dar aviso
No obstante, los agentes conminan a estas esclavas o a sus allegados a que denuncien la situación. Su lema es claro: «No seas cómplice, tu denuncia puede servir de mucho». Basta con dar la voz de alarma para que el mecanismo se ponga en marcha. Y no solo se puede hacer personalmente en una comisaría. El cuerpo pone a disposición un teléfono, el de atención a las víctimas de trata, 900 10 50 90, y un email, trata@policia.es. Pero también está su Twitter, @policia, donde recomiendan que al comentario se le añada la etiqueta #contralatrata para que la atención sea más rápida
«Cada vez que se comete este delito, se violan todos los derechos humanos en una misma persona», enfatizan desde Policía Nacional. Y añaden: «Se corrompe no sólo su libertad y dignidad sino también su integridad física y emocional». Pero ¿cómo puedes saber si un afectado realmente lo es? Los agentes lo tienen claro: si su documentación está en posesión de otra persona, sin su consentimiento; si sufre avisos físicos, psicológicos o sexuales; si ha sido coaccionado o engañado con el fin de ser explotado, y si ejerce la prostitución para beneficio de otros.
Ni solas ni desprotegidas
No obstante, aunque a veces la situación es clara, el miedo -pánico en la mayoría de los casos – frena las denuncias. Por ello, la entidad también quiere hacer llegar a las víctimas que «ni están solas» ni desprotegidas. Una vez se inicia el proceso, las víctimas pasan a ser testigos protegidos, si lo desean. «Recibirán protección policial, si fuera necesario», aclara Policía Nacional.
Además, tienen derecho a la ayuda y asistencia prevista para las víctimas de este tipo de delitos violentos y a solicitar las indemnizaciones que les corresponda. Igualmente, las administraciones competentes le pueden facilitar alojamiento, manutención, asistencia psicológica, sanitaria y jurídica.
Asimismo y como la mayoría de los esclavos de este tipo son mujeres y extranjeras, tienen 30 días para decidir si quieren colaborar en la investigación, su estancia en España queda autorizada, no serán devueltas a su país de origen si están en situación irregular y, además, podrán iniciar los trámites legales para obtener sus papeles o volver al suyo si lo desean.