La historia de María -nombre ficticio para proteger su identidad- es, por desgracia, la de tantas mujeres víctimas de la violencia machista. Un detalle lo convierte en inusual, que sea agente de la Policía Nacional y que ahoratambién se sienta maltratada por esta institución. Compostelana de nacimiento, se fue a vivir a Madrid en el 2005. Tenía un buen trabajo, pero su vocación era ser policía, así que en el 2009 ingresó en el cuerpo. Un año después, ya destinada en una comisaría de la capital, conoció al hombre que ha convertido su vida en una pesadilla. Enseguida comenzó el terrible guion de control absoluto y obsesivo de su ropa, de sus amistades y de su móvil, insultos, menosprecios continuos y agresiones. Duró un año, pero la ha marcado para siempre.
Primero calló. No contó su situación «por vergüenza». Tampoco encontró mucha ayuda. Solo recibió apoyo de un suboficial y unas amigas, que la ayudaron a plantarse y denunciar. El asunto terminó con una condena menor por coacciones leves en el ámbito familiar porque, atenazada como estaba, jamás fue al hospital y, por tanto, tenía pocas pruebas de su calvario. Al menos logró la mayor orden de alejamiento posible: 500 metros durante dos años y medio. Pero esa distancia era poca. Tenía miedo porque la casa de la madre de su exnovio está al lado de su comisaría, así que decidió solicitar el traslado a Galicia. Y aquí comenzó su segundo maltrato.
La Dirección General de la Policía (DGP) no tuvo en cuenta que las víctimas de violencia machista tienen derecho por ley a un traslado forzoso si lo solicitan y no quiso traerla a Galicia. Finalmente, ante la gravedad de su caso, tiraron por la calle de en medio y le concedieron una comisión de servicio. Es decir, un traslado temporal, con fecha de caducidad. Y ese día maldito se cumple el 16 de este mes.
En Galicia, María ha contado con el apoyo del Sindicato Unificado de Policía (SUP), pero ni con esas. Su traslado ha sido rechazado y no le ha quedado más remedio que presentar un recurso contencioso-administrativo. La angustia que le causa la posibilidad de volver a Madrid y encontrarse al hombre que la maltrató le ha hecho caer en una depresión y ahora está de baja.
María tiene miedo. «¿Quién me garantiza a mí que él no me va a hacer nada?», les pregunta a los compañeros del SUP que la ayudan. Pero también teme por sus posibles reacciones. «Y quién me garantiza que yo no le voy a hacer nada, porque en Madrid hasta iba a por el pan con la pistola y adoptaba las medidas de autoprotección contra ETA que me enseñaron», se pregunta. La DGP tiene la llave para hacer justicia con María y no revictimizar a la víctima. Ella solo necesita quedarse en Galicia, en su casa, lejos del hombre que, con tan solo recordarlo, la hace temblar.
Fuente: http://www.lavozdegalicia.es/noticia/galicia/2016/10/02/iba-pan-pistola/0003_201610G2P11991.htm