Nueve y media de la mañana. Alboreaba el gris del día. Luz cárdena, más espesa aún por una columna de humo que se erigía sobre la carretera. M-50, a la altura del kilómetro 54. Dos coches se habían estrellado en un golpetazo feroz e hiriente. Embestida brutal, en la que uno acabó en el carril izquierdo y otro en mitad de la autovía. Uno de color sangre; el otro zaino. Ambos siniestros, con partes calcinadas. Dentro, dos vidas: una mujer pilotaba cada automóvil, mujeres que, dentro del estado de shock, trataban de hender puertas hundidas en un cierre de imposible apertura.
Derrapaban algunos coches, otros pasaban de largo. Todo en cuestión de segundos, de esas rapidez sin prisas que se antoja una eternidad. Hasta que, como caído del cielo, apareció un volkswagen del que descendieron dos ángeles de la guarda, un polo negro en el que viajaban los salvadores de aquellas mujeres que reclamaban auxilio entre el más profundo de los miedos. Dos hombres treinteañeros que colocaron su coche particular en medio de la carretera, arriesgando su propia vida para evitar más colisiones y con la prioridad de rescatar a las dos mujeres atrapadas en el interior de sus vehículos.
A salvo
Cada uno se dirigió hacia uno de los coches, con una fuerza inhumana para doblar y descerrajar las puertas entre la mirada K.O. de las víctimas. Cortaron los cinturones de seguridad y en brazos las pusieron a salvo en una zona segura.
A aquellas dos mujeres, con magulladuras varias, no se les olvidará el rostro de sus «valedores», que ejercieron de psicólogos para calmar su nerviosismo y que incluso hablaron con los familiares, dado que ellas apenas eran capaces de articular verbo alguno. , se oyó «Gracias». Un agradecimiento hacia los dos hombres que las liberaron, dos hombres que resultaron ser dos policías nacionales fuera de servicio. La obra y la entrega de los héroes no tienen hora ni calendario.