Gracias Paco

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Cuando la niña que tiene hoy dos años sea mayor y quiera saber por qué no creció con su padre al lado, se interesará por lo que le ocurrió. Consultará en Internet –o en lo que haya entonces- y en los periódicos de mayo de 2014 le costará encontrar noticias sobre su padre. Quizás, alguien le explique que su padre tuvo la mala suerte de ser asesinado coincidiendo con el décimo aniversario de la boda de los Príncipes de Asturias. Y que ese mismo día, dos políticos tuvieron que salir huyendo de un mitin en Cataluña porque unos energúmenos les arrojaban piedras. Y que, para colmo, el policía nacional Francisco Díaz Jiménez murió en plena campaña de las elecciones europeas, cuando los candidatos Valenciano y Arias Cañete –que para esos años estarán sepultados en la noche de los tiempos- se revolcaban por el barro de la mediocridad.

Si esa niña sigue buscando, encontrará declaraciones de «compañeros» de su padre. Compañeros que llevan muchos años sin hacer una identificación, sin subirse a un zeta, sin notar la adrenalina y la sequedad en la boca que acompaña a la sensación de peligro, sin poner su vida en las manos de su compañero y sin que les llegue el nauseabundo olor que desprenden tipos como el indigente que asesinó al policía Francisco Díaz Jiménez cuando uno se acerca a ellos para engrilletarlos o para meterlos en el zeta. Pero esos compañeros, gracias a su condición de sindicalistas, pudieron hablar del policía asesinado por un mal nacido llamado Stefan Reinert. Y hablaron de falta de medios, de los recortes económicos que merman la seguridad de los agentes y de los chalecos antitrauma que nunca llegaron a la UPR (Unidad de Prevención y Reacción) de Málaga, la unidad a la que pertenecía su padre.

Si la hija de Francisco Díaz Jiménez tiene acceso a lo que se dijo en las redes sociales el día que murió su padre, leerá la rabia y el sincero dolor de muchos compañeros y gente de bien. Y también se le revolverán las tripas al leer a los miserables que aprovecharon el asesinato del policía para escribir cosas como «muere un madero en un choque con un indigente» o a los que, simplemente, se alegraron de la muerte de un policía nacional o a los que dijeron estupideces como que el asesino también era una víctima «del sistema».

Lo que no podrá encontrar la hija de Francisco Díaz Jiménez son los testimonios de los compañeros de su padre, los que le llamaban Paco. Esos callaron por imperativo legal, por disciplina o porque, simplemente, prefirieron tragarse su dolor. Los que, como Paco, patrullaban a diario las calles más conflictivas de Málaga por un sueldo de 1.600 euros netos al mes. Esos que colgaron en la comisaría la fotografía del asesino de Francisco Díaz con la advertencia de que era un tipo peligroso, que había intentado atacar a un policía local. La hija de Paco no podrá ver en la prensa de esos días las palabras del compañero de su padre, que esos días se maldijo mil veces por no haberle pegado dos taponazos -disparos- al asesino antes de que atacase a su compañero, ese compañero que puso su vida en sus manos y al que falló.

La hija de Francisco Díaz intentará encontrar una razón, una explicación, algo que justifique por qué no pudo crecer con su padre al lado. Paco murió porque cumplió con su deber, porque fue a identificar y a detener a un tipo al que varios jueces que duermen tranquilos bajo la manta de seguridad que les proporcionan policías como Paco, decidieron ponerle en libertad una y otra vez, pese a que ya había demostrado su peligrosidad. Paco murió para recordarnos a todos que la calle es un lugar lleno de peligros, en el que a veces se dejan sus vidas los policías encargados de apartar de la calle a tipos como el que le mató. Un compañero de Paco, uno de esos que se juega el pellejo a diario, escribió algo que tomo prestado: «El policía fallecido recibió una puñalada que estaba destinada a cualquiera de nosotros, a toda la sociedad». Pero para eso estaba Paco, para estar en primera línea y recibir esa puñalada.

 

Fuente: http://www.zoomnews.es/304974/pringue/gracias-paco

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