El Papa Francisco ha agradecido a los funcionarios de seguridad que vigilan el Vaticano el servicio que prestan, sobre todo en Plaza San Pedro». El Papa ha recibido al cuerpo de seguridad pública por primera vez en su pontificado esta mañana a las 12:15 en la Sala Clementina del Palacio Apostólico del Vaticano, para felicitarse el año y conocerse.
Francisco les ha dado las gracias por su tarea, especialmente por la que desempeñan en la Plaza de San Pedro. «Todos somos conscientes -ha afirmado- de la necesidad de que se tutele la peculiaridad de este lugar singular, preservando su carácter de espacio sagrado y universal. Y para eso hace falta una vigilancia discreta pero atenta. Y efectivamente, en la Plaza de San Pedro, la gente se ve serena, se mueve con tranquilidad y hay un sentido de paz.»También se ha referido al trabajo de los agentes durante los acontecimientos en que participan más fieles, que vienen de todo el mundo para ver al Papa o para rezar ante la tumba de San Pedro y las de sus sucesores, «especialmente en las de Juan XXIII y Juan Pablo II».
Es un trabajo que requiere «preparación técnica y profesional, unida a una vigilancia atenta, amabilidad y dedicación». De ese modo «los peregrinos y turistas, así como los que trabajan en la Santa Sede, saben que pueden contar con vuestra asistencia cordial».
El Obispo de Roma no ha dejado de recordar la eficaz actividad de los agentes durante los días que precedieron al Cónclave tras la renuncia de Benedicto XVI y ha aprovechado el encuentro de hoy para renovar su agradecimiento y el de sus colaboradores a todos los que en aquellas circunstancias «brindaron su aportación para que todo se desarrollase con orden y tranquilidad».
Por último ha deseado a los miembros de la Inspección que el período transcurrido al servicio del Vaticano represente «una oportunidad para crecer en la fe. La fe es el tesoro más precioso que vuestras familias os han confiado y que estáis llamados a transmitir a vuestros hijos. Es importante volver a descubrir el mensaje del Evangelio y acogerlo con profundidad en la conciencia propia y en las cosas concretas de la vida diaria, atestiguando con valor el amor de Dios en todos los ambientes, incluido el trabajo».